Suena el despertador. Son las siete de la mañana. Tras unos segundos de incertidumbre, reacciono. Estaba sumido en un sueño de lo más profundo… Apago el despertador y hago lo propio con el segundo despertador, que iba a sonar cinco minutos más tarde. Hoy se celebra la marcha cicloturista «Ascenso a la Pandera». En estas ocasiones me gusta asegurar y siempre tengo uno de reserva. Al final, anoche me fui a la cama demasiado tarde. Siempre me pasa lo mismo; en vísperas de una marcha importante no consigo dormirme antes de las dos de la madrugada. La última revisión a la bicicleta, la recopilación de ropa, zapatillas, gafas, casco, ropa de repuesto para después de la marcha… No veo el momento de considerar todo preparado definitivamente… Quiero que todo esté listo para ahorrar tiempo a la mañana siguiente.

Por fin me levanto. Procuro no hacer ruido. Me voy a la piscina y me doy un relajante y rápido baño. Ya tengo el coche en el garaje, preparado con todo lo necesario y con la bicicleta cargada, así que tras el desayuno salgo directamente hacia mi objetivo. Son las siete y media. El sol ya está en medio de ese inmenso cielo azul que siempre me regala mi tierra andaluza. Este año la salida será de Los Villares. Tengo que recorrer cuarenta y cinco kilómetros en coche para llegar hasta allí. Para ello paso el Puerto de Locubín, mi puerto, podría subirlo con los ojos cerrados… En plena subida, a la izquierda veo el paisaje ondulado y plagado de olivares, con la Peña de Martos y la Sierra Ahillos en el límite noroeste de la comarca. Al descender el puerto, un cosquilleo recorre mi estómago cuando diviso por primera vez al frente la majestuosa Sierra de la Pandera, en medio de una leve bruma matinal. A la entrada de Valdepeñas de Jaén me paro un momento para hacer una foto de la cumbre con esa luz primaveral que todo lo realza. En ese momento pasa otro coche cargado con dos bicicletas, que al ver el mío, da unos alegres toques de claxon. Son más ciclistas. A las ocho de la mañana muchos se dirigen al mismo sitio que yo. Algunos hacen dos o tres horas de viaje para venir a participar en esta marcha. Tengo suerte de que se celebre cerca de mi pueblo. De hecho, en dos ediciones anteriores, la salida y la meta estaban en mi propio pueblo, un lujo que pocos pueden disfrutar.

A las ocho y media ya he aparcado en la zona habilitada del Parque de los Artesanos, en Los Villares. Ya hay mucho bullicio. Tras hacer cola para la recogida de dorsal y algún recuerdo de la organización, vuelvo al coche, descargo la bicicleta y ultimo los detalles. Tengo tiempo de saludar a un par de ciclistas con los que había contactado por correo electrónico, a través de la Ciclolista. Les digo que ahora nos veremos, en la marcha. No suele ser difícil coincidir con la gente en una marcha con doscientos participantes.

La salida se produce puntual, a las nueve de la mañana. Atravesamos algunas calles del pueblo, ante la mirada sorprendida de las mujeres que están limpiando sus puertas, y algunos hombres que se reúnen en pequeños corros en la esquina del parque. Enfilamos la carretera que nos llevará a Martos. Nos dirige un coche abriendo paso al grupo, que a través de un altavoz instalado en el techo va poniendo música machacona. Realmente preferiría el silencio… Yo entablo animadas conversaciones con los ciclistas que van pasando a mi lado. El cansancio no ha llegado todavía. Es uno de los mejores momentos de la jornada.

El terreno va ganando altura progresivamente. Superamos una tachuela con doscientos metros de desnivel, antes de bajar hacia Martos. El pelotón continúa agrupado, porque la velocidad va marcada por el coche que abre la marcha. Justo a la entrada de Martos nos desviamos hacia otro pueblo, Jamilena, y luego a Torredelcampo, para volver a Martos y atravesarlo esta vez por la vía principal, aunque tampoco hay mucha expectación. La mayoría de la gente no sabe que hoy se celebra esta marcha, pero algunos nos lanzan algún grito de ánimo. Llevamos cuarenta kilómetros de toboganes y falsos llanos. Aparentemente todavía no estamos cansados, y el ritmo que marca el coche de la organización es apropiado. Pero ya se empieza a oler que nos acercamos al plato fuerte del día. Son las 11 de la mañana cuando llegamos a Fuensanta de Martos, donde todo el grupo se detiene en un avituallamiento organizado. Aquí se da la salida a la versión corta de la marcha. Treinta ciclistas más se unen a la comitiva, la mayoría con bicicletas de montaña. Cruzamos Fuensanta por la travesía principal. Aquí la expectación es mucho mayor que en los pueblos anteriores. La gente se agrupa en las calles, adornadas de plantas y flores, porque hoy se celebra el día del Corpus, muy tradicional en todos estos pueblos. Se me eriza la piel y me crezco cuando la gente nos anima. A la salida del pueblo, el coche que abre la marcha acelera su ritmo. Comienza la subida libre, nos quedan veintidós kilómetros hasta el alto. A medida que el coche se aleja, la música de su altavoz se va perdiendo en la distancia. El bullicio de las calles deja paso al silencio de los campos y ahora ya sólo se oye el leve movimiento de los piñones, los cambios de las bicicletas buscando un diente más y los jadeos de los ciclistas que me rodean. Llevamos cincuenta kilómetros de recorrido, y casi nos habíamos olvidado de lo que nos traía aquí. Estamos a poco más de 700 metros de altitud, y hoy vamos a subir hasta los 1840 metros de la Pandera. Todo lo que queda es cuesta arriba. Lo recordamos de golpe al subir los primeros cuatro kilómetros del Puerto Viejo con el 7% de media, bajo un sol que empieza a apretar también. El pelotón se alarga considerablemente. Los ciclistas me van pasando y ya ocupo mi lugar natural en este tipo de marchas, mucho más cerca del coche escoba que del que abre paso al pelotón. Sin embargo, no me encuentro mal. Voy dosificando la bebida y pedaleo con soltura. Los últimos cinco kilómetros de este puerto son considerablemente más llevaderos que el resto, y los afronto con alegría.

Llegamos al Puerto Viejo, donde desembocamos en la carretera A-6050 y giramos a la derecha, hacia Valdepeñas de Jaén. Estamos a 1150 metros de altitud. Tenemos por delante un falso llano de cuatro kilómetros antes de afrontar los durísimos ocho kilómetros de ascensión a la Sierra de la Pandera. Es el momento de mantener la cabeza fría, alimentarse y beber. Son las 11:45 h. La organización pensaba llegar a la cumbre a las 12:00 h, pero yo no creo que esté allí antes de las 12:45 h. Los primeros ciclistas seguramente ya están a media subida cuando yo estoy girando a la izquierda para atravesar la verja que da paso al recinto cerrado de la Sierra de la Pandera, y me encuentro con el primer kilómetro, al 9% de media, con una rampa del 15%. Paso por encima de la tradicional pintada «Comienza el Infierno». Dejamos la cantera a la izquierda y formamos un grupo de diez o quince ciclistas de un nivel parecido. Se sufre mejor acompañado.

Entre el segundo y el cuarto kilómetro la pendiente no es excesiva, con algunas zonas de descanso. Vamos a buen ritmo, pese a que el calor ya se nota plenamente. Son las doce y cuarto de la mañana cuando llego al terrible quinto kilómetro. Una curva de herradura a la derecha, junto a una señal de tráfico que indica algo así como «15%. 1800 metros» da paso a esa subida que cada vez conozco mejor. Sé que no hay que precipitarse. Es cuestión de ir pedalada a pedalada.

Algunos ya echan pie a tierra y comienzan a empujar las bicicletas. En mi caso, el tercer plato es la salvación. Estamos en esa semirrecta de casi dos kilómetros que surca toda la ladera. Dos kilómetros a más del 11% de media. Hacia abajo, a mi derecha, diviso una larga fila de ciclistas como hormigas, que suben balanceándose de un lado a otro al ritmo de un penoso pedaleo. Este tramo siempre lo subo a 5 ó 6 km/h, pero hoy voy un poco mejor. Voy haciendo eses por la cuesta, seguramente mi cuentakilómetros marcará algo más de distancia cuando esto acabe, pero tengo buenas sensaciones. Mis anteriores compañeros se van quedando atrás, y yo voy adelantando ciclistas, unos pedaleando y otros caminando. Un ciclista se ha sentado sobre el quitamiedos y se ha quitado las zapatillas. Me sonríe y me da ánimos. Ya diviso las rocas y la curva a izquierdas donde hay un pequeño descanso. Sólo me quedan tres kilómetros.  Voy bien.

El paisaje de montaña mediterránea con matorral medio da paso, tras la curva, al verdadero paisaje lunar característico de la Pandera, con rocas desgarradas por el efecto del viento y las heladas, pedruscos sueltos a ambos lados de la calzada, y las antenas de comunicaciones, que ya se divisan al frente.

El penúltimo kilómetro me espera. Siempre se me atraganta este sitio, cuando parece que la subida ha terminado, pero te encuentras de repente con una pared de 500 metros al 15% de desnivel. Eufórico por haber hecho la mejor subida de mi vida, atravieso este último escollo y llego a la cumbre, levantando los puños como si hubiera ganado una etapa de montaña del Tour. Decenas de ciclistas están dando cuenta del copioso avituallamiento. Me refresco y en pocos minutos se inicia el descenso. Algunos ciclistas continúan subiendo, por lo que bajamos con cuidado. Se oyen chirridos de frenos, y ahora sí podemos disfrutar del paisaje plenamente. 24 kilómetros más tarde, con las llantas casi humeantes por el continuo frenado, atravieso la meta en Los Villares…


…Suena el despertador. Son las siete de la mañana. Tras unos segundos de incertidumbre, reacciono. Estaba sumido en un sueño de lo más profundo… Apago el despertador. Mi mujer tiene que examinarse hoy de oposiciones. Es 18 de Junio de 2006. En algún lugar a 400 kilómetros de distancia hay un ciclista despertándose a estas horas para participar en el IV Ascenso a la Pandera… Yo me lo pierdo este año. Nos hemos tenido que quedar en Madrid por las oposiciones, pero al menos esta noche me he trasladado en sueños y he vivido una experiencia única en la Sierra Sur de Jaén. Ha sido el mejor Ascenso a la Pandera de mi vida…

José Antonio Jiménez Castillo
Madrid, 18 de Junio de 2006

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