El Club Ciclista Chamartín se ha unido a los organizadores de brevets en Madrid. Esto es una gran noticia, porque nos permite disponer de más oportunidades a los aficionados al ciclismo randonneur. Esta es la crónica de mi participación en la Brevet de 300 kilómetros organizada por el Club Ciclista Chamartín el pasado 20 de Mayo.
Cuando inicié este blog, mi propósito era ofrecer información y experiencias sobre ciclismo urbano y recreativo a los visitantes que pasaran por aquí, al mismo tiempo que mantener mis propios registros de las actividades que realizo, para poder recordarlos una vez pasado el tiempo. Este último año ha sido un poco inestable por diversas razones, principalmente por temas laborales, lo cual no me ha permitido mantener la regularidad de publicaciones que me habría gustado. No obstante, seguiré publicando en la medida de mis posibilidades, aunque solo sea para mantener mis propios registros, que era el segundo de mis objetivos. Si además, a algún visitante le gusta leer mis artículos, mejor que mejor.
Hacía dos años que no participaba en ninguna brevet, desde que realicé la París-Brest-París en 2015. Al no tener un objetivo concreto y, sobre todo, por estar demasiado ocupado con otros asuntos, no había entrenado apenas durante los últimos dos años. Aun así, me había aventurado a participar en una brevet de 300 kilómetros en Abril (la Brevet de la Alcarria, organizada por el GDC Pueblo Nuevo) y conseguí superarla in extremis gracias a la ayuda de mis compañeros y a que el recorrido no era demasiado exigente.
Pero esta Brevet de 300 kilómetros del Club Ciclista Chamartín era otra cosa. Con un recorrido muy diferente al de la mayoría de brevets, el Chamartín nos planteaba una etapa montañosa con dos puertos impresionantes, sobre todo el primero, el Puerto de la Quesera, que además era desconocido para mí.
Este puerto, plagado de subidas y bajadas anidadas como una espiral interminable, se convirtió en una tortura que acabó con mis fuerzas. Terminé abandonando en el control de La Velilla, km 192. Por suerte, encontré un coche que venía hacia Madrid y que me hizo el favor de llevarme hasta el puerto de Navacerrada, ahorrándome unos 60 kilómetros de recorrido bastante duro. En Navacerrada retomé la bicicleta y me uní de nuevo a mis amigos ciclistas, para realizar con ellos los últimos kilómetros de entrada a Madrid, aunque estuviera formalmente descalificado.
Desde el comienzo sabía que no tenía ninguna posibilidad real de poder terminar una prueba tan dura con mi actual estado de forma. Sin embargo, considero que uno de los mayores atractivos del ciclismo randonneur es el disfrute del camino, más que el hecho de llegar a la meta. También sabía que tenía la posibilidad de coger alguna escapatoria en caso de no poder completar la ruta, como el tren de Segovia o alguna otra. Y con esas bases tan poco sólidas, decidí emprender la aventura…
¡¡hay!!
Con lo trabajoso que es ponerse en forma ,y en cuanto se descuida uno ,se pierde en un
suspiro