Ahora que se acerca la marcha cicloturista Larra-Larrau 2018, he rescatado esta viejísima crónica de mi única participación en esa marcha tan bonita. Por aquel entonces, antes de comenzar con la organización del Dessafio, escribía mis crónicas para la Ciclolista y para mi viejo blog personal. Creo que merece la pena sacarla del baúl y dejarla aquí como recuerdo…
Un andaluz por tierras pirenaicas.
«Abrázate a los vientos,
cabalga los montes,
que no acabe el paisaje
con el horizonte…»
Estos versos de la canción «Para vivir», de Joan Manuel Serrat, parecen concebidos para describir lo que siento por el ciclismo. La marcha cicloturista Larra-Larrau ha sido el broche de oro para una temporada que me ha permitido disfrutar como nunca. Vientos, montañas, niebla, cielo, sol, y paisaje, mucho paisaje, a derecha e izquierda, a nuestras espaldas, en el horizonte y más allá del horizonte , de todo hubo el pasado sábado mágico en Isaba. Y como maestro de ceremonias y guía impagable, el mismísimo Miguel Bernabé, ese ciclista viajero y amigo que recorre cada año la península con su bicicleta y su entrañable familia.
Al no poder participar en la Perico Delgado, que era una de las pruebas que había marcado en mi calendario a primeros de año, la temporada se me quedaba algo incompleta. Contento por mi estreno en Lagos y Quebrantahuesos, había llegado al verano en un buen estado de forma, que incluso mejoró durante el mes de Agosto, gracias a las vacaciones por mi Sierra Sur de Jaén, donde la temperatura ha sido este año muy agradable.
La marcha Larra-Larrau es una de esas pruebas temidas, que uno quisiera añadir a su currículum, pero requiere armarse de valor. Varios de mis amigos participaron el año anterior y hablaban maravillas de los paisajes pirenaicos navarros. En Julio, ni ellos ni yo mismo sabíamos que íbamos a encontrarnos en Isaba el 1 de Septiembre de 2007. Todo ocurrió muy rápido: «Oye, he pensado que quizá podíamos acercarnos a la Larrau», «Pues yo no pensaba ir este año, pero si vas tú, estoy dispuesto a acompañarte», «Pues venga, date prisa, que las inscripciones se cierran a primeros de Agosto». Y así fue como nos encontramos Antonio González, recién llegado de la París-Brest, Javier Pérez, amigo virtual de la Ciclolista (mi foro en Internet), con cara de felicidad por su reciente paternidad, el susodicho Miguel Bernabé, que pronto contará con cien participaciones en otras tantas marchas, y un servidor, un andaluz devenido en madrileño que hacía la segunda incursión de su vida en Pirineos. Se unieron a nosotros dos jóvenes: mi compañero de club Rafa, una auténtica máquina a quien sólo vimos unos segundos antes de la salida oficial, y Jesús, un amigo de Antonio, aspirante a randonneur. Ambos llegaban en un insultante estado de forma, tras participar en la Marmotte.
La primera impresión, como suele ocurrirnos a los andaluces por tierras del norte, es el penetrante frío que inunda el ambiente. Llegamos al camping Asolaze el viernes a las 22:15 h, noche cerrada, justo antes de que cierren el comedor para la cena. La temperatura es de 6ºC. Me doy cuenta de que he dejado mi ropa de manga larga en Madrid. No pasa nada, disimularé, y en caso de emergencia me pongo el chubasquero de ciclismo. Traía algunas tareas pendientes, como el cambio de la cubierta delantera de la bici, que hace tiempo tiene unas cuantas grietas y me da por pensar qué pasaría si me revienta en Larrau. Así que, casi a las doce de la noche, me pongo a cambiar la cubierta en medio del silencio del camping. Traía una de repuesto. No tardo mucho y me encuentro con la conciencia más tranquila.
Nunca había dormido en un albergue. La litera que me corresponde es ruidosa e inestable. Paso un largo rato en duermevela y por fin concilio el sueño. Me despierto a cada rato. Varios despertares más tarde, suena mi alarma. Son las 7 h. Ducha rápida, desayuno copioso con pasta y bajamos en coche hasta Isaba.
La ruta comienza rápida, con una temperatura bastante fría. Rafa se despide y sale como una exhalación. En la subida a Larra-Belagua-Pierre St. Martin (que todavía no tengo clara la forma más correcta de llamarlo, formamos un grupeto con Javi, Miguel y una chica de Santurce, que no para de hablar, pero sube con mucha agilidad. Javi va muy retenido. Cuando nos adelantan los primeros participantes de la marcha corta, Miguel y yo lo invitamos a que se marche por delante, porque vemos que derrocha clase y energía. Nos quedamos a esperar a Antonio y Jesús, pero en el alto nos dicen que nos vayamos y no los esperemos. Tienen dudas sobre si harán la ruta larga o la corta.
Así nos encontramos Miguel y yo, dispuestos a hacer los 120 kilómetros que restan hasta línea de meta, inéditos para mí. En el descenso me castañetean los dientes por el frío. La bajada es interminable, hasta los 300 metros de altitud. Me asaltan algunas dudas, no paro de preguntar cuánto falta para el puerto. En la subida anterior noté un pinchazo en la rodilla derecha, y temo que me vaya a jugar una mala pasada. No sé si habré pecado de optimista. Son tres puertos enormes. Demasiada dureza. En un intento por hacer que otros me engañen con sus respuestas, no paro de preguntar si el puerto de Issarbe es «más o menos» igual de duro que Larrau. Pero no me engañan. Los puertos de hoy incrementan su dureza progresivamente.
Issarbe comienza con unas rampas duras y sostenidas en medio de un bosque, donde la humedad hace que se sienta un enorme bochorno. Empiezo a sudar desaforadamente y consumo un bote de agua en menos de dos kilómetros. Me siento acalorado y decido quitarme el casco, una decisión bastante extraña en mí. Lo intento colocar en el manillar con torpeza y de repente la bicicleta se me va a la izquierda. Me voy al suelo de espaldas y le hago unos raspones a la cinta del manillar. La caída tonta del día. Miguel me pregunta: «¿Qué te pasa? ¿Te has hecho daño?». Un randonneur de Huesca y un par de ciclistas más que nos seguían a corta distancia también se interesan. Muerto de vergüenza, me subo de nuevo a mi cabalgadura… «Nada, no es nada…» Siento algo de dolor en el tobillo, pero ni siquiera lo miro. Sólo pienso en subir Issarbe. Recorto la distancia que he perdido tras la caída y alcanzo de nuevo a Miguel. Subimos adelantando a grupos poco numerosos. Al llegar a la zona clara, por encima del bosque, vemos un precioso paisaje. La niebla empieza a taparnos. La parte alta del puerto es algo más tendida, pero no veo que llegue un falso llano que me había prometido Miguel. La rodilla me sigue pinchando, pero pienso que sólo me queda un puerto y pedaleo, pedaleo, curva a curva, árbol a árbol. La niebla se va cerrando y cuando menos lo espero, aparece la cumbre y el avituallamiento.
Reponemos fuerzas y nos lanzamos al descenso. Bueno, en realidad se lanza Miguel, al que pierdo de vista rápidamente. El puerto anterior ya le ha dejado claro que yo no puedo seguirlo, y decide al menos disfrutar él del descenso. Muchos ciclistas me adelantan en esta zona. Yo siento bastante frío, y ya puestos a perder tiempo, aprovecho para sacar algunas fotos. Me llama la atención una iglesia románica, pero ya empieza el falso llano, terreno de rodadores, y aquí es donde tengo que demostrarme las cosas a mí mismo. Pongo el máximo desarrollo que llevo y empiezo a pedalear frenéticamente, alcanzando grupos de ciclistas y atravesando pueblos. Antes del desvío hacia Larrau alcanzo a la chica de Santurce, que rueda más lenta, y le digo que se ponga a rueda. Procuro adaptar mi ritmo, pero la chica decide quedarse, se prepara para la subida. A mí no me importa el puerto, prefiero disfrutar del llano y tomo la carretera junto al río, donde me espera Miguel. Bajo un poco el ritmo, pero seguimos a buen paso hasta que cruzamos el puente e iniciamos la subida a Larrau. Los dos primeros kilómetros son una trampa mortal, con rampas inesperadas. No quiero pensar lo que tiene que ser subir esto en un día de calor, como el que hizo en 2006. Alcanzamos el pueblo de Larrau y el pequeño llano con el avituallamiento. Ante nosotros, la temida carretera y los seis terribles kilómetros hasta el collado de Erroymendi. Subimos a un ritmo aceptable, cansino pero sin pausa, hasta la zona de los lazos, donde nos vemos obligados a pararnos por la belleza del espectáculo serpenteante. Nos hacemos fotos mutuamente, y seguimos nuestra marcha. En este punto rebasamos al último participante de la marcha corta, que pedalea en una bicicleta de montaña. El resto de subida hasta el collado se hace eterno. Poco a poco hemos ido agotando nuestras fuerzas y aquí sólo hay silencio, como el que se masca en la zona del camping de la Marie Blanque, en la Quebrantahuesos. La gente sube haciendo eses, jadeando… Pasamos kilómetros viendo por delante a ciclistas que no terminamos de alcanzar nunca. Otros vienen más rápidos y nos adelantan desde atrás… Llevamos mucho tiempo sin hablar, pero seguimos adelante. Las vistas son preciosas, aunque todavía nos persigue una niebla que no nos deja disfrutar plenamente del paisaje. En las últimas curvas antes del collado, pasamos junto a unas bandadas de buitres que vuelan por debajo de nosotros, a nuestra izquierda, sobre la niebla. Sencillamente impresionante. La última zeta nos deja divisar el collado, donde aparece un avituallamiento. Es obligado parar y rellenar los botes. Al otro lado del collado, una larguísima recta que surca la ladera da paso a dos zetas consecutivas que parecen trazadas en la montaña por un gigantesco sable. En lo alto vemos la ambulancia. Es increíble hasta dónde tendremos que subir. Más de doscientos metros de desnivel en dos kilómetros. Terrible.
Las asistencias atienden algunos calambres. Caigo en la cuenta de que la rodilla no ha vuelto a molestarme desde el pueblo de Larrau. Será que ya he entrado en calor. Tampoco me molesta el tobillo desde mi caída. Tras el falso llano pongo de nuevo el plato pequeño y asciendo los dos últimos kilómetros junto a Miguel. En la cumbre sopla el viento y la niebla se mueve a velocidad de vértigo. Reponemos bebida y nos hacemos la foto definitiva, con la satisfacción del deber cumplido. El descenso a continuación es precioso, en medio de interminables pinares y praderas, por una carretera con buen piso, pero sigo sintiendo frío. Mis escalofríos hacen temblar la bici de lado a lado. Sigo sin acostumbrarme al norte, es inevitable. Nos queda un último escollo, el alto de Laza, que pasamos a un ritmo aceptable para la paliza que llevamos encima. Allí están la mujer y la hija de Miguel, que nos animan y se disponen a seguirnos en coche. El descenso final es frenético y va mucho con mi estilo. Largas rectas y trazadas amplias, sin mucha pendiente. Saco todo lo que tengo y pedaleo como un loco. Miguel me sigue y me da relevos. Parece que vamos sobrados, y es que se nota que estamos contentos. Antes de entrar en Isaba adelantamos algunos grupos de ciclistas, y tomamos la última curva antes de meta en plena desaceleración. Miguel me empuja para que yo entre primero en meta, pero yo lo cojo por el hombro para intentar que entremos juntos. Hay que recurrir a la foto finish.
De esa forma culminamos nuestra marcha en ocho horas y seis minutos para la organización (7 h: 29 m para mi cronómetro).
Todavía tengo en la retina el verde pirenaico. Y el frío, casi se me ha olvidado. Una marcha excelente.
Madrid, 4 de Septiembre de 2007
Jose A. Jiménez
Jo, acabo de leer por casualidad esta memorable crónica tuya, ni sabía que la tenías en el blog. Qué recuerdos, qué tiempos aquellos de marchas cicloturistas…. Un gran día sin duda del que conservo las fotos que nos hicimos en marcha. Un abrazo José.
Ya sabes que fue una de las experiencias más bonitas en marchas cicloturistas, posiblemente la mejor que recuerdo… y con un gran anfitrión como tú, que te lo conoces todo, mejor imposible. Muchas gracias, un abrazo!!