Para hacer algo es imprescindible querer hacerlo. Sin embargo, lo fácil es pensar en las dificultades que nos plantea nuestro objetivo, los escollos que encontraremos y las razones para decir “no”.Que te cambien el centro de trabajo y te lo alejen a más de 30 kilómetros de casa no es plato de gusto. La primera impresión cuando te llega la noticia es de frustración, de desazón ante el gran cambio que se viene encima. Sobre todo cuando uno lleva casi quince años desplazándose al trabajo a pie.

Aunque no lo parezca, en una gran ciudad como Madrid es posible este pequeño milagro; soy de los afortunados que siempre han podido moverse caminando, haciendo compatible el acompañar a mis hijas al colegio con un desplazamiento cotidiano de apenas 30 minutos hasta mi oficina. Y no sólo en mi actual empresa. También mis anteriores centros de trabajo (tres empresas antes de la actual) se encontraban a un radio de desplazamiento razonable, entre 15 y 40 minutos a pie. También iba en muchas ocasiones en bicicleta, con lo que el desplazamiento se quedaba en apenas diez minutos.

Incluso para desplazamientos de este estilo hay personas que no saben hacerlos de otra forma que no sea en coche privado. Esta sociedad está montada sobre una serie de pilares que muy pocos se atreven a cuestionar; la preeminencia del coche privado y el derecho de cada cual a usarlo a su antojo es algo que jamás se discute. Más allá de consideraciones sociales en las que podría extenderme, como la valoración del daño que ocasionamos con nuestros coches en forma de contaminación, ruido y atascos, siempre me ha movido un interés mucho más egoísta, el simple objetivo de encontrarme bien conmigo mismo, y en ello, el desplazamiento cotidiano tiene una especial importancia. Hacer algún tipo de actividad física por la mañana, aunque sea simplemente caminar, es la mejor forma de sentir aire fresco, limpiar la mente y ordenar las ideas para comenzar el día, aparte de ser un innegable beneficio para nuestro bienestar físico.

De repente, como decía, mi oficina pasó a estar en el otro extremo de la ciudad, casi a media provincia de distancia. A partir de una fecha concreta tendría que afrontar la nueva realidad, con un desplazamiento de más de 30 kilómetros, que nadie puede imaginar que pueda realizarse de otra forma que no sea el vehículo privado. Las expectativas, desde luego, no eran halagüeñas. Los primeros días desplazándome a las nuevas oficinas experimenté varias alternativas, ninguna de ellas plenamente satisfactoria, por la especial complejidad que suponía la ubicación de la empresa y la de mi vivienda:

  • En coche tenía que tomar la M-30 en un tramo de gran densidad hasta el túnel de Pío XII, para seguir por Sinesio Delgado y la A-6 (autopista de La Coruña). En total me llevaba unos 45 minutos de ida, y un gasto medio estimado de más de 6 euros diarios en combustible.
  • En Metro me suponía un largo trayecto de 40 minutos hasta la estación de Chamartín, más un tiempo de espera hasta la llegada de mi tren, seguido de un trayecto de 25 minutos en tren y finalmente una pequeña caminata desde la estación hasta mi empresa, unos 10 minutos a pie. En total, más de una hora y cuarto, con un coste de 5,40 euros diarios.
  • La opción de acercarme en autobús hasta Nuevos Ministerios para tomar allí el tren tampoco era muy atractiva, porque el trayecto por calles atascadas era aún más lento y variable, con el mismo coste económico que el Metro.
  • Pensar en hacer más de 30 kilómetros en bici, y otros tantos de vuelta, no parece razonable para ir a trabajar, por las circunstancias adicionales que supone, el hecho de llegar “sudado” al trabajo, etc… Desde el principio lo descarté.

Vistas las alternativas que había, empecé a ir en coche al trabajo. Pero cada día me gusta menos conducir. La agresividad de los demás usuarios me agobia. La falta de respeto a los límites de velocidad, los súbitos cambios de carril, las prisas y la presión de algunos me hace sentirme torpe, por no hablar del riesgo cotidiano que todos asumimos como si fuera algo natural, pero que realmente no valoramos lo suficiente.

Un día, animado por mis buenos amigos de Pedalibre, me planteé la opción de ir en bicicleta y tren de cercanías. De esta forma, el desplazamiento hasta la estación de tren se simplificaba mucho, evitando el metro o el autobús, y el trayecto desde la estación de tren hasta mi empresa era de apenas tres minutos cuesta abajo. En total, conseguí llegar a la oficina en 50 minutos (quizá 5 ó 10 minutos más que en coche), a un coste significativamente más bajo, de 1,30 euros por trayecto.

La experiencia fue gratificante. Hacía tiempo que no tenía tiempo de leer libros, y de repente volví a la lectura, motivado por el trayecto de tren, aunque fuera breve. Mis compañeros de trabajo me miraban con perplejidad. Alguien me llegó a decir aquello de “…claro, es que tú sí puedes, pero yo no…” y de repente se callaba al darse cuenta de que su vivienda estaba muy cerca de una de las estaciones de tren por las que yo pasaba, es decir, si él se decidiera por la misma opción, ¡¡tardaría la mitad que yo en desplazarse!! Pero es que la gente sólo ve lo que quiere ver.

Sin embargo, la verdadera motivación que rondaba mi cabeza desde hacía tiempo no era el mero desplazamiento al trabajo, sino una forma de mantener una cierta actividad física, y más concretamente orientada a hacer algo de bici entre semana, sin tener que esperar al fin de semana para entrenar. Una vez que hube asimilado el desplazamiento en bici y tren como algo normal, di un paso más y me llevé algo de equipamiento (casco, que no suelo usar cuando sólo pedaleo por ciudad, ropa de ciclismo para ir más cómodo, zapatillas, etc..), para hacer todo el trayecto de vuelta a casa en bicicleta, prescindiendo del tren.

La cosa no era nada sencilla, en una zona periférica pero masificada, dominada por grandes autopistas, cotos cerrados al tránsito como el Palacio de la Zarzuela y millonarias macrourbanizaciones cerradas por grandes vallas. Circular en bici por la A-6 era una empresa bastante arriesgada y lo quise evitar a toda costa. Después de varias rutas experimentales, conseguí encontrar la mejor forma de enlazar los pueblos de Las Rozas, Majadahonda y Aravaca por calles razonablemente ciclables, para entrar en Madrid por la Casa de Campo. Una vez depurada la ruta, vengo realizándola bastantes días, al menos uno o dos a la semana. Me supone un desplazamiento de unos 90 minutos (es decir, sólo “gasto” 45 minutos más que en coche, pero los invierto en entrenamiento), lo cual me permite mantenerme en forma y me sale muy, pero que muy barato.

Como suelen decir en mi empresa, la adversidad crea nuevas oportunidades, y en mi caso el hecho de desplazarme en bici es un aliciente más, con el que voy más motivado al trabajo.

¿Y tú, no lo has pensado?

Compartir en redes sociales ... Share on facebook
Facebook
Share on google
Google
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
Linkedin
Share on pinterest
Pinterest
Share on email
Email
Share on print
Print

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies