Salgo a la plaza y me dirijo a la fuente, de la que fluye continuamente el mejor agua del mundo. Lleno los botes y cruzo la línea de salida sin aglomeraciones, sin megafonía y sin dorsal. Las farolas de la plaza están aún encendidas, poco después de las 8 de la mañana. El pueblo destila ese silencio resacoso de los días de feria, sólo interrumpido por el canto de algunos pájaros o el ruido del vehículo de algún agricultor despistado que no conoce festivos. Al pasar por el puente sobre el río san Juan, a 640 metros de altitud, comienzo el ascenso al puerto de Locubín, con buenas sensaciones en las piernas. A ratos sentado y a ratos de pie, subo el primer tramo de 4 kms entre el 5% y el 7% de pendiente media, y paso junto a los cortijos de la Sierrezuela y Fuente Rueda. El cielo está encapotado, noto una brisa fresca y húmeda que me sienta bien. La tierra de las cunetas muestra aún los restos de las lluvias de días pasados. Tras un falso llano comienza el ascenso sostenido durante 6 kilómetros más, con rampas entre el 6% y el 10%.
Conozco este puerto como la palma de mi mano. Sé exactamente qué rampa viene después de cada curva, conozco los olivos de la ladera a mi derecha y las encinas (aquí las llamamos chaparros) del precipicio a mi izquierda. Pese a que en los meses de Agosto y Septiembre no he podido entrenar apenas, me encuentro bien, y llego a los últimos dos kilómetros, donde la pendiente se suaviza hasta el 4%, con ganas de acelerar hasta el puerto. Tardo exactamente 46 minutos en coronar desde la plaza del pueblo, cuando el mejor tiempo que recuerdo en mi vida fueron aquellos 45 minutos que conseguí los días previos al Ascenso a la Pandera 2004, curiosamente aquella edición en que sufrí una pájara descomunal en este mismo puerto, a dos kilómetros de la cima…
Esto es deporte.
Un vehículo que pasa por la carretera me saca de mis pensamientos. Caigo en la cuenta de que es el primer coche que veo en todo el día, y me pongo de nuevo en marcha. Tomo la estrecha carretera comarcal de piso bacheado que lleva hasta Frailes. Paso entre las moles montañosas de Cornicabra y el alto Marroquí, también conocido como sierra de Rompezapatos. Cruza a toda velocidad, corriendo sobre el asfalto, un grupo de perdices, que no esperaban la presencia de un vehículo silencioso como el mío. Desde la barandilla sobre la cascada fantasma miro las piedras secas del arroyo de las Cabreras, que ojalá este otoño vuelva a discurrir entre saltos de agua y pozas… Esto es naturaleza.
Cuando llevo un par de kilómetros por la vega del río veo las durísimas rampas que se avecinan y decido volver a mi recorrido inicial, para llegar con tiempo de salir con mis hijas a la feria. Me paro en el avituallamiento líquido de la fuente de Frailes, donde engullo la última barra de cereales. Me quedan 26 kilómetros a meta. El recorrido entre Frailes y Alcalá la Real es pestoso, con mejor asfalto que la carretera de la sierra, pero con bastante tráfico. Me cruzo con algunos ciclistas que me saludan y atravieso Alcalá la Real, bajo la siempre imponente fortaleza árabe de la Mota. Sólo queda la tachuela del puerto del Castillo, que por la cara sur no tiene más que un par de curvas de cierto desnivel. Junto al puerto, la atalaya árabe de la Nava parece que me anima en mis últimos kilómetros. El descenso vertiginoso por buen asfalto a través de las faldas de la Acamuña me lleva a Castillo de Locubín. Atravieso el pueblo y llego hasta la misma línea de meta, situada en la plaza, donde me vuelvo a detener a saborear el agua de la fuente, y miro el reloj. Son casi las 11 de la mañana.










Me ha resultado ¡Fantástico!,Da gana de ir detrás tuya y me parece vivir esas emociones que describes,la diferencia, es que yo no utilizo ese medio (ya no esta el cuerpo para esos trotes),lo hago caminando y con mi cámara encima tratando de recoger lo máximo para luego volver a disfrutarlo con la riqueza de los detalles y la respiración profunda.Gracias por compartir tus escritos y tus vivencias.
Muchas gracias, Antonio. Te agradezco y valoro mucho tus palabras. La verdad es que a ese texto le puse mucho corazón, por la vivencia en sí y por hablar de mi pueblo y de mi tierra, a la que tanto quiero. Para mí el ciclismo no es un deporte, sino una manera de canalizar mis emociones.