«Un ciclista sin ropa, sin público, sin comida, sin bebida, sin calor, sin palmarés. Un ciclista de nada«. Así se presenta Wilfried de Jong en la portada de su libro «Niebla en el Mont Ventoux». Desnudo, con una rueda de bicicleta en la mano, abandonado en medio de la carretera adoquinada de Haveluy por la que acaba de discurrir la París-Roubaix, con sensación de vacío… Quizá el mismo vacío que yo mismo he sentido al finalizar algún gran reto. Como cualquier aficionado al ciclismo, ese deporte que levanta pasiones y nos hace soñar con aventuras épicas, de Jong sufre pájaras descomunales y vive sueños fantásticos mientras pedalea por puertos interminables; sin el menor recato, nos cuenta sus pasiones y miserias, mezclando historias y relatos amenos, sinceros, emotivos, tristes y evocadores. De todo hay en esta serie de relatos que nos regala este escritor holandés aficionado al ciclismo.

«Mocos. Tenía que librarme de los mocos. La mano derecha me sirvió de pañuelo.»

En el relato que da nombre al libro, el autor convence a su hijo y a un amigo para que lo acompañen en una alocada aventura hacia el Mont Ventoux con motivo de su cumpleaños. Un hombre maduro, de 50 años recién cumplidos, determinado a conseguir su objetivo de forma irracional, casi obsesiva. Todos los ciclistas sabemos que algunas veces somos capaces de dejarnos llevar por impulsos contra toda lógica… y que precisamente eso es lo que nos hace sentirnos vivos.

«Los hombres que van solos en bicicleta están un poco locos… El frío, el hambre, la sed, el agotamiento, nada parece detenerlos. El resto del mundo no comprende sus largas y extenuantes salidas en solitario»

Uno de sus relatos nos ofrece una declaración de intenciones que posiblemente todos los ciclistas compartimos:

«Prefiero rodar en solitario. Solo. Escoger yo mismo el momento en que cojo la bicicleta y salgo de casa. Ir en bicicleta como un acto individual. Un paisaje, una bicicleta, un bidón lleno, una galleta en el bolsillo trasero, y la vuelta es perfecta.»

La competitividad del ciclista sale a relucir en un pique con Jan Janssen, ganador del Tour en 1968, o el que experimenta de Jong al coincidir con un joven ciclista en un carril bici interurbano, con el que se enzarza en una extenuante carrera no declarada hasta desfondarse por completo. Una experiencia que todos los ciclistas aficionados conocemos muy bien:

«Vi que la sombra de mi perseguidor seguía en el mismo lugar. ¿Permanecería detrás de mí hasta llega arriba? ¡Chuparruedas! ¡Cuánto odio a esos tipos!» (…) «En cuanto veía mi rueda delantera acercarse a su rueda trasera, volvía a apretar el ritmo. ¡Traidor!»

En el ciclismo no se llega muy lejos sin mentir y engañar. Jamás hay que mostrar tus cartas

El libro también rinde un merecido tributo a ciclistas que han pasado a la historia, como Bahamontes, Merckx, Bartali, Coppi o Pantani. En ocasiones, el autor imagina absurdas aventuras durante sus rutas cicloturistas, en las que nos transmite sus pasiones, incluyendo momentos de tensión, algo de suspense, y en ocasiones desazón.

En sus últimos días de vida, el ciclista Bartali evoca a su gran rival histórico, Fausto Coppi, y le dedica unas palabras llenas de ternura:

«Coppi… ah, Fausto está en el cielo. Allí arriba no hay calles, ni coches, ni bicicletas, ni semáforos…» El amor con que Bartali habló de Coppi aquella mañana se me quedó grabado para siempre. Ante un buen rival, las bromas están fuera de lugar. A Bartali le tranquilizaba saber que ya había alguien esperándolo en el cielo. 

Amor dentro de la rivalidad. Maravilloso.

Hace pocos días he tenido la suerte de disfrutar de unas vacaciones en Galicia, conociendo parajes que han sido escenarios de etapas en la Vuelta Ciclista a España durante los últimos años. Mientras visitaba Muxía o la Cascada de Ézaro no podía evitar recordar a los ciclistas retorciéndose por esas rampas o sufriendo el viento implacable de la Costa da Morte. No he podido llevar mejor lectura en estas vacaciones. El libro de Wilfried de Jong me acompañaba a través de un sueño por relatos que me producían evocación, hilaridad y emoción a partes iguales. El estilo de algunas de sus historias recuerda al de Tim Krabbé en «El Ciclista» (del cual escribí una reseña en este blog), uno de los mejores libros que he leído, también editado por Lince Ediciones.

«Niebla en el Mont Ventoux» es, quizá, un poco menos redonda que «El Ciclista» por la disparidad y variedad de los relatos, pero también alcanza momentos de gran lucidez y es igualmente recomendable, no solo para los amantes del ciclismo.

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