(Esta entrada se escribió originalmente el 26 de Agosto de 2019, pero por accidente fue eliminada del servidor. Se reescribió de nuevo, pero pueden haberse perdido algunos fragmentos o comentarios originales al primer post. Disculpas a los amigos que perdieron un poco de su tiempo comentando mi historia…)

Mi segunda París-Brest-París, correspondiente a la edición del año 2019, prometía ser muy feliz. Me setía muy bien preparado y las previsiones meteorológicas no podían ser mejores. La borrasca que atizaba el noroeste francés durante los días previos se estaba disipando el mismo día 18. Los cielos permanecerían despejados hasta el jueves 22. No se preveía ni una gota de lluvia durante la prueba, algo totalmente inusual en esta zona de Francia. Por tanto, iniciábamos la París-Brest-París 2019 con el mayor optimismo. Ni por asomo se pasaba por mi cabeza la posibilidad de no culminar con éxito mi participación.

Por desgracia, mi horario de salida no era muy atractivo. La mayoría de mis amigos saldrían entre las 18 y las 19 h, pero yo tendría que esperar hasta las 20:15 h. Esto trastocaba un poco mis planes, porque no tenía claro dónde me interesaba hacer la primera parada para dormir. En 2015 realicé una tirada de más de 520 kilómetros hasta Carhaix; en esta ocasión podría llegar demasiado tarde y quizá me convenía más descansar en Loudeac (kilómetro 450 aproximadamente).

Pero como siempre, los planes están para romperlos y cada PBP es diferente. En mi pelotón de salida se encontraban tres compañeros de la FECT, Daniel Fernández, Daniel Martín y Rafael Palomino. Salimos los cuatro juntos y comenzamos a rodar en diferentes grupos los primeros kilómetros, así que nos hicimos ilusiones de recorrer juntos todo el camino que fuera posible. En el primer tramo hasta Mortagne au Perche fuimos rodando bien, aunque tuvimos que reagruparnos varias veces y, casi sin darnos cuenta, fuimos acumulando cierto retraso. Comparado con el año 2015, me llevó casi una hora más hacer este trayecto, a pesar de ser uno de los tramos más fáciles de la prueba.

Intentamos hacer una parada rápida, pero como suele suceder cuando los grupos son numerosos, al final estuvimos más de media hora en el control. Allí nos encontramos con Manolo Arias, que salió con nosotros camino de Villaines la Juhel, aunque sin intención real de rodar a nuestro ritmo, porque él mismo no se sentía muy confiado en su propia motivación y quiso quedarse solo.

En la sucesión de subidas y bajadas que vinieron a continuación, seguimos acumulando pequeñas pérdidas de tiempo, poco perceptibles, que terminaron por preocuparme.

Cuando faltaban diez kilómetros para llegar al control de Villaines la Juhel, nos encontramos con un nuevo contratiempo. Un chico japonés estaba tendido en la calzada. Acababa de caerse, tenía una herida sangrante en el labio superior y estaba conmocionado. Intentamos atenderlo y hablar con él, mientras recogíamos sus pertenencias desparramadas por la calzada y su bicicleta, que había quedado inutilizada para seguir, con la rueda trasera descentrada a consecuencia de algún radio roto. El accidentado hablaba, pero no respondía de forma coherente a nuestras preguntas. Ni siquiera sabía por qué estaba en Francia en esos momentos.

Llamé al teléfono de emergencias 112, con la esperanza de poder contar el percance a las asistencias. Para mi sorpresa, me tuvieron mucho rato en espera, sin ser capaces de entender mis explicaciones en español ni en inglés. Intentamos que se detuvieran otros ciclistas, con la esperanza de que alguien supiera hablar francés, pero nadie se detenía, incluso algunos nos increpaban por estar ocupando parte del asfalto. Esta falta de solidaridad fue una de mis grandes decepciones en esta prueba.

Finalmente se detuvo un ciclista francés, que amablemente habló con el 112, explicándoles el problema con todo detalle. Después de estar casi una hora detenidos, finalmente llegó la ambulancia. Reanudamos la marcha con un considerable retraso acumulado.

Llegamos al control de Villaines la Juhel, en el kilómetro 220, a las 8:00 h de la mañana (hace cuatro años ya había pasado por allí a las 3:30 h AM). Nos acercamos a la oficina técnica para informar de nuestra situación, ya que en estos casos la Organización otorga un tiempo adicional a las personas que han perdido tiempo asistiendo a algún accidentado.

Nos dieron una hora extra, que podría ser un colchón crucial en caso de andar apurados. Me sorprendió que a esas horas, apenas 12 horas después de iniciar la prueba, ya había cantidad de gente durmiendo en el suelo, a lo largo de los pasillos del control.

La parada en el control se prolongó excesivamente una vez más. Salimos de allí a las 9:00 h AM. Sin embargo, seguíamos a un ritmo despreocupado, sin ser conscientes de que el retraso acumulado a esas horas nos iba a imposibilitar descansar como habíamos previsto en nuestros planes. Por si fuera poco, en ese momento comenzaba a soplar un viento del Oeste nada halagüeño, que amenazaba con acompañarnos (y frenarnos) en todo nuestro camino de ida hacia Brest.

Me empecé a inquietar, pero no podíamos subir el ritmo porque teníamos que reagruparnos cada poco tiempo. Antes de llegar a Fougeres ya estábamos bastante agotados por la lucha contra el viento y mis compañeros decidieron parar a tomar un arroz con leche (que, por cierto, estaba exquisito) en Ambrières Les Vallées, en el kilómetro 257. La parada se prolongó durante 25 minutos (que no habían sido previstos), lo cual suponía un nuevo e importante retraso, teniendo en cuenta que nuestra velocidad de crucero no era muy alta, y que el viento soplaba cada vez con más fuerza.

Llevábamos 17 horas y 33 minutos de ruta cuando alcanzamos Fougeres, en el kilómetro 306. Eran las 13:45 h y allí tomamos un buen almuerzo. Nos había llevado cinco horas completar 80 kilómetros No era una buena marca.

Esta parada nos supuso una hora más, pero teníamos esperanzas de remontar en la parte final del día. En ese momento, Rafa nos dijo que siguiéramos sin él. No se sentía cómo rodando en grupo y prefería poner un ritmo más suave. También nos dijo que no confiaba en poder terminar la prueba porque tenía dolor en la rodilla, y no quería comprometer nuestro resultado. Tras unos momentos de duda, los dos Danis y yo decidimos tirar hacia delante.

El tramo de Fougeres a Tintèniac es uno de los más fáciles del recorrido y suponíamos que podríamos rodar bien. Así fue, en efecto, pero tampoco sacamos una media de velocidad elevada. Nos quedamos cerca de los 20 km/h, lo cual era muy insuficiente si queríamos acumular tiempo para descansar.

A las 17:15 h estábamos llegando a Tintèniac, en el kilómetro 360. Ya solo nos quedaba el último tramo del día para alcanzar Loudéac, donde podríamos descansar unas horas.

A las 18:10 h salíamos dispuestos a recorrer los últimos 85 kilómetros de la jornada. Podíamos llegar a las 22 h si lo hacíamos bien. En esos momentos, el que empezó a sentirse mal fui yo, con molestias digestivas y cansancio. Empecé a acusar el esfuerzo realizado en los tramos anteriores luchando contra el viento y sentí la necesidad de parar en el punto de acogida de Quédillac, un lugar de servicios dispuesto por la Organización, que no era punto de control. Nada más salir de Quédillac empezó a llover con bastante intensidad. Nos detuvimos a cobijarnos bajo unos árboles cuando la intensidad de la lluvia se hizo muy fuerte. Estuvimos más de veinte minutos parados, esperando que amainara la tormenta. Eran las 20 h y nos quedaban todavía 60 kilómetros hasta nuestro objetivo. Sería difícil llegar antes de las 23 h. Mis molestias no cesaban y mi ritmo se desplomó, hasta el punto de quedarme rezagado. Llegué al control de Loudéac a las 23:10 h.

A pesar del tiempo perdido quise creer que no íbamos mal. Rafa también había llegado, pero decidió abandonar la prueba en ese punto por su lesión de rodilla. Yo no era consciente de lo mucho que habíamos perdido hasta entonces; todavía conservaba cierto optimismo. Me duché, me cambié de equipación, cené y me tumbé a dormir en la carpa de la FECT (sobre el suelo) consiguiendo conciliar un reparador sueño de casi tres horas, para afrontar la segunda jornada.

El martes 20 de Agosto reanudé la marcha desde Loudéac a las 3:24 h de la madrugada. Mi receptor GPS no funcionaba. La tormenta de la noche anterior había dejado inutilizado el joystick, por lo que no podía realizar ninguna función. Se encendía, pero se quedaba parado en una pantalla fija, como si estuviera registrando un waypoint. La humedad provocaba algún contacto interno en el joystick, dejándolo pulsado. Resultaba inservible…

Tendría que afrontar el resto de la ruta sin mapas, solo siguiendo las señales dispuestas en la carretera. Muy pronto me quedé rezagado de mis compañeros, los dos Danis, que mostraban una fuerza inagotable. Me atacó el sueño y estuve a punto de pararme a descansar cuando me alcanzó el grupo de los vascos, capitaneado por Lourdes, que rodaba de manera muy consistente y consiguió espabilarme.

Mi horario de cierre en el control de Carhaix (kilómetro 520) era a las 8:00 h, pero llegamos a las 8:03 h,, con unos minutos de retraso sobre mi horario oficial, por primera vez en toda la prueba. No me importó, porque contaba con una hora de colchón, tal como me prometió la Organización por el incidente de Villaines la Juhel.

Salí de Carhaix ya en solitario, a las 9:10 h de la mañana, camino de Brest. A partir de este tramo me empecé a encontrar mejor. Ya no tenía las molestias intestinales del día anterior y el sueño se me había pasado. Empecé a rebasar grupos de ciclistas en los tramos boscosos de Huelgoat y las subidas antes de llegar a la estratégica ciudad de Sizun.

Llegué a Brest a las 13:55 h, con mejores vibraciones y algo más de margen sobre el cierre de control, que era a las 14:21 h.

A las 15 horas estaba dispuesto para empezar a descontar kilómetros de vuelta a París. En ese punto ya estaba completamente recuperado y con ganas de rodar, así que me lancé con energía.

Subí bastante bien el puerto de Brest, pero sentí un pinchazo en mi tobillo (que arrastraba secuelas de un esguince con rotura de ligamentos producido hace tiempo) y dolor en las plantas de los pies, a la altura de la base de las calas. También venía arrastrando unas molestas ampollas en los talones, producidas por la caminata que tuvimos que darnos el día de la recogida de dorsales en los senderos de piedras del castillo de Rambouillet. Decidí parar en Sizun a refrescar los pies y ponerme un poco de pomada antiinflamatoria en el tobillo. Aproveché la existencia de una pequeña boulangerie, donde compré dos exquisitos croissants y un café que me supo a gloria.

Hechas las fotos de rigor en los arcos de la iglesia y una vez hube reposado lo suficiente, continué la marcha, dándome cuenta de que había dilapidado todo el margen de tiempo acumulado hasta ese momento. Otra vez estaba en los límites de fuera de control. Subí el puerto de Roc’h Ruz y me lancé a rodar en la bajada a tope, para llegar a Carhaix a las 20:06 h, con solo 13 minutos de margen sobre el cierre de control. Me detuve poco más de 15 minutos en el control y decidí seguir adelante para cenar en el control secreto de San Nicolás de Pelem, en el kilómetro 738.

Salí del control ya en modo nocturno, camino de Loudéac, en el kilómetro 770, a donde llegué justo antes de las 3:00 h AM (el tiempo límite era a las 3:06 h). Por el camino tuve que parar en Tréve, al pasar por un hostal que estaba abriendo justo a esa hora para dar salida a algunos ciclistas que se habían alojado allí. Tenía perdida la noción del tiempo. Pregunté si tenían café y me sirvieron una taza. En ese momento escuché a alguien hablando español en la puerta. Era César Hermoso, que se detuvo en el mismo sitio y se tomó otro café. César también iba justo de tiempo, pero a ambos nos vino bien pedalear juntos hasta Loudéac.

Él no quiso detenerse en el control, pero yo decidí dormir hasta las 4:30 h AM. Retomé la marcha tras ese corto descanso, pero seguí pasando los momentos más difíciles del día, con ataques de frío y sueño constantes. Estas noches de Agosto estaban siendo terribles por aquellas tierras, con temperaturas teóricas de 10 grados, que en realidad llegaban a alcanzar los 3 grados en las riberas y zonas húmedas. A la llegada a Tintèniac (kilómetro 850) no tenía consciencia del tiempo acumulado e incurrí en un exceso de 30 minutos sobre el tiempo de cierre. Espero que la organización me contabilice la hora de margen debida a la asistencia al ciclista accidentado en Villaines. Llegué a las 10:22 h, cuando mi tiempo límite estaba en las 9:47 h.

En el siguiente tramo recuperé algo de tiempo perdido, pero me detuve a hacer unas fotos a la entrada de Fougeres, frente al castillo medieval, llegando al control a eso de las 14:24 h, cuando el límite teórico estaba en llas 13:56 h.

Seguía manteniendo casi media hora de margen negativo, aunque contaba con el colchón de una hora, al que me había aferrado desesperadamente.

En el siguiente tramo me puse las pilas. Empecé a rodar con más energía, especialmente en los últimos kilómetros antes de llegar a Villaines la Juhel, que fueron trepidantes. Al ver que estaba cerca del cierre de control, me uní a un grupo de tres americanos que se encontraban en situación similar y nos pusimos a dar relevos frenéticos a toda velocidad. Pasamos por el arco del control a las 20:43 h, cuando mi cierre teórico era a las 21:01 h. Había conseguido recuperar el margen perdido y me había metido de nuevo en carrera.

En ese punto, las ampollas de mis talones me molestaban excesivamente. Tuve que hacer una visita al médico, que me colocó un parche en cada pie. Así pude caminar mejor. Pero todavía tenía que cenar y disponerme a pasar la noche en bici, utilizando algunos de los materiales disponibles en la carpa que había dispuesto la FECT en ese punto. No fui demasiado eficaz tampoco en esta parada y hasta las 22:30 h. no me dispuse a salir del control, camino de Mortagne au Perche.

El tramo entre Villaines y Mortagne se convirtió en el más duro de toda la ruta. Al poco tiempo de salir tuve que parar en un pueblo llamado Saint Paul le Gaultier, donde ofrecían café gratis. Aún tuve que hacer otra parada más para echar una breve siesta en algún lugar indefinido, y crucé la zona de Mamers arrastrándome por esas subidas encadenadas e interminables, para llegar como fuera al final de la etapa. Finalmente, tras bastante sufrimiento, crucé el arco de Mortagne au Perche, en el kilómetro 1100, a las 4:09 h, otra vez fuera de control por 6 minutos (sin contar con la esperada hora extra).

En el control me las apañé para dormir unos cuarenta minutos y volver a salir camino de Dreux, ahora ya con terreno favorable.

Llegando a Dreux aceleré a tope para entrar a las 7:32 h., un minuto por encima del límite, pero ya con buenas sensaciones, una vez superado lo peor del camino, el sueño y el frío nocturno. La entrada a Dreux era completamente diferente a la de 2015, quedándose a las afueras de la ciudad. En el control me encontré con José Ramón Valcarce, el compañero gallego de la expedición de la Federación Española de Cicloturismo. Inicié el último tramo con él, camino de Rambouillet, pero en un semáforo a la salida de Dreux tuve que detenerme a realizar algún ajuste en el equipaje, y José Ramón se fue por delante.

Realicé el último tramo bastante despacio y en soledad, navegando por cruces no siempre bien señalizados (mi GPS seguía sin responder) hasta que alcancé la meta en Rambouillet a las 13:56 h, con 19 minutos de margen sobre el cierre de control.

¡¡¡Lo conseguí!!!

Completé los 1219 kilómetros del recorrido en 89 horas y 41 minutos (que podrán ser 88 horas y 41 minutos si la Organización tiene a bien concederme el margen de una hora extra por la atención al ciclista japonés).

Comencé esta prueba con un exceso de confianza, infravalorando el esfuerzo que me iba a suponer, quizá estimulado por el hecho de haberla superado en 2015. Me parecía que todo iba a ser bastante fácil, sin apenas esfuerzo. Pero como dicen los veteranos, cada París-Brest-París es diferente y cada una te pone sus propias dificultades. En este caso, la falta de lluvia fue terriblemente compensada por el fastidioso viento en contra el lunes 19, y por el tremendo frío nocturno. Analizando el transcurso de la prueba,, no puedo más que calificar como milagroso el hecho de haber conseguido completarla en menos de 90 horas, después de haber estado tanto tiempo fuera de control. Me llevo unas cuantas lecciones aprendidas para el futuro.

Y estos fueron mis tiempos realizados:

 

La siguiente tabla muestra los tiempos de corte previstos (basados en la primera salida de ciclistas a las 17:15 h, por lo que hay que sumar 3 horas para calcular mis tiempos de cierre de control):

Referencia en prensa:

‘Finishers’ por segunda vez en la mítica París-Brest-París

 

Vídeos realizados:

  • Jornada previa: Llegada de la FECT desde el hotel en Guyancourt, registro y recogida de dorsales:
  • PBP2019: Mi vídeo personal:

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